Vivimos en un modelo de autoridad explotable. Es decir, han convertido la confianza que todos depositamos en los poderes públicos en una autoridad central (económica, fiscal, legal, etc) en la que no tienes voz ni voto. Sino que además te obligan a pagar por su existencia, por el uso obligatorio que debes hacer de ella, e incluso pagar cuando ésta decide actuar contra ti por su cuenta.

El despotismo siempre funciona de la misma forma: tu eres culpable salvo que demuestres lo contrario. Y además – como siervo – estás obligado a financiar la misma máquina que te tritura. El caso más ejemplar es el de China haciendo pagar a las familias de los ejecutados la bala con que los liquidan.

En este sentido, la blockchain es una forma de hacer gravitar las sociedades hacia sistemas en los que la confianza no pueda ser objeto de explotación. Este es el problema fundamental que los políticos no terminan de entender. Porque todos ellos, su mera existencia y la de todas sus leyes, normativas y regulaciones son incompatibles con una Administración descentralizada en lo tecnológico.

Una administración en la que los participantes se dan a sí mismos unas normas que emergen de abajo hacia arriba de forma transparente, en lugar de que éstas sean negociadas y pactadas en despachos a puerta cerrada.

La esencia del BTC es evitar todo esto, sin ello el movimiento no tiene nada de revolucionario. El uso de la fuerza, la coacción y del adoctrinamiento hace ilegítimos conceptos como los impuestos directos, que son básicamente un robo.