Los fans del control centralizado (antes comunistas, ahora globalistas) tienen verdaderos problemas para entender que el mundo está lleno de actores racionales que se adaptan de forma dinámica a las condiciones de su entorno, provocando que el sistema en su conjunto deje de ser predecible.

El mundo no es lineal, sino complejo, y nadie puede planificarlo sin correr el riesgo de perderlo todo de forma inesperada. Véase el resultado de las economías planificadas socialistas.

Cuanto más centralizado, interconectado, y menos orgánico sea el mundo más vulnerable resulta a shocks catastróficos. La globalización (tal y como se ha planteado) no puede tener otro resultado que el colapso, por las interdependencias rígidas y los puntos débiles de las cadenas de suministro.

El Cisne Negro de Taleb con su concepto de “fragilidad” hablaba de este problema hace una década, aunque sin aportar realmente soluciones prácticas.

El mundo es finito, pero sus dinámicas complejas. Lo que vemos es complejidad en acción. El mundo se mueve hacia otro estado de equilibrio: hacia otro mundo en realidad. En la transición de un estado a otro habrá caos, y los jugadores tratarán de sacar la mejor tajada para ellos (eso es el saqueo sistemático de todo que se aprecia al seguir la actualidad de lo que ocurre). Pero nada ni nadie puede garantizar cuanto tiempo durará la transición, ni qué forma tendrá el nuevo estado de equilibrio. Quizá no sea el que los globalistas están deseando.